El pasado fin de semana Paris vivió la bulliciosa alegría del judo con el Gran Slam. Los galos dejaron a un lado la tradición y el silencio, como cada año, y llenaron las batallas técnicas con animación de luces, música, bengalas, gritos y confetis…que atrajeron a miles de personas de todas partes de mundo, entendiendo, valorando, disfrutando y opinando, sobre lo que el escenario del Bercy les presentaba.
Al Gran Slam de Paris se va con la lección aprendida, porque allí se encuentra lo mejor del presente, y los que están en el camino del futuro, pero además te encuentras, por los pasillos, los notables del pasado que como espectadores disfrutan con calma de su pasión. Paris reparte espectáculo y también premios económicos junto a las medallas, aunque este año, aumentaba su dificultad por el cambio del arbitraje.
Las nuevas reglas desplegaron incertidumbre, pero aligeraron la competición y ampliaron las técnicas mayores, casi veinte horas de judo en un fin de semana que supieron a poco.
Destacaron los japoneses por su buen hacer, asimismo por la aceptación de las medallas no logradas. Lo que más lució, fueron los pesos pesados tanto en chicas como en chicos, que dieron una exhibición de un judo portentoso logrando levantar al público de los asientos. Los y las más grandes están cada día más entrenados, y mostraron movimientos técnicos de gran perfección que impactaron al público consiguiendo rememorar los pasados orígenes de la categoria del «Open».
En la competencia se presenció mucho trabajo versado, lanzando al graderío el arte luchado con el corazón, así, regalaron la emoción que esperábamos todos los allí presentes.
La etimología describe al judo como “Camino a la flexibilidad”, el deporte rey del respeto y cortesía, pero esta cita ofreció su cara más entretenida con un espectáculo diferente, al que en algunos países no estamos acostumbrados. Quizá, sea ese el camino para ampliar el número de participantes, acercando posiciones a la muestra que desplegó la ciudad de la luz.
Así lo viví yo.
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