Los grados en el judo se otorgan como reconocimiento de aquello aprendido y mejorado, y señala diferencias en una organización jerarquizada.
Comenzaré destacando el principio del judo de ayuda y colaboración mutua, que expone la necesidad de dar y recibir recíprocamente para mejorar, y así mediante el ejercicio compartido se evoluciona, a pesar del resultado. El adversario en el juego de la lucha pasa a ser alguien importante que te permite entrenar y a la vez, hace posible que evalúes tu propia evolución. De ahí que sea muy grande el respeto a tu adversario.
Hablamos de nuestro deporte como algo especial, pero ¿dónde está nuestra diferencia?
Yo diría en los valores, esos que vamos adquiriendo a lo largo de la vida de judokas, en cada entrenamiento, juego o lucha. Donde uno se trasforma, en el momento que se cree invencible, y al segundo, cae al suelo.
La diferencia se aprende en los primeros días de tatami, y un buen judoka nunca lo olvida. También un profesor, cuando ha visto muchos alumnos diferentes y piensa, en cómo ayudar a los más apurados, o en cómo mejorar la manera de aprender para enseñar mejor. El judo crece y destaca centrado en los pequeños detalles, esos que logran beneficios incapaces de medir.
Incluso en la maestría, algo te lleva a pasar días queriendo dar un paso atrás en la enseñanza, al comprobar que cuanto más se sabe, más miedo da la responsabilidad de saber que las miradas y deseos de tus alumnos pasan por tus hechos, y el acompañamientos que le das. Cada manera de actuar marca sus pasos y cada acción les motiva a mejorar su desarrollo y crecimiento.
Y mientras ¿Qué cosas nos importan?
Un maestro nunca debiera esperar y necesitar gracias y agradecimientos. Y si eso es así, se debe revisar y renovar su vocación. El trabajo de tatami en un hecho generoso que requiere ilusión, pasión y muchas dosis de paciencia. Si se espera retorno, es posible que nada funcione.
Por ello, no hay cosa mejor que el reconocimiento que no necesita actos o palabras, pero que todos lo ven. Cuando llegas a darte cuenta de eso, ves la ridiculez de la entrega en los escenarios, que no son más que enaltecimientos públicos.
La experiencia te lleva a comprender que lo mejor son las acciones realizadas con profundidad e intensidad, sin esperar nada a cambio, sin poner nombre al hecho, ni medir su valor. Los grados y méritos, llegan sin más, y no hay cosa peor que un recibimiento en vano. Los maestros saben que los valores no se enseñan, se enseña a usar estos valores.
Y además, como en todo, se necesita un orden, un poder institucional que nos de seguridad, que nos defienda y represente. Pero si los referentes no cumplen y usan erróneamente nuestros valores, el judo se convierte en algo difuso.
¿Qué es mejor, entregar algo sin merecer, o merecer y no recibir? Claramente, la segunda opción es la más digna y la primera la más rentable.
De nada sirve entregar grados sin control, cuando al mismo tiempo se exige una rigidez absoluta a nuestros alumnos, que llevan desde sus primeros pasos escolares a nuestro lado. De nada sirven los premios/amigos, mientras se han quedados en casa referentes muy señalados, a los que las malas praxis les han llevado a desaparecer para quedarse en paz. También, se pierde magia, cuando se mezclan inoportunas referencias, entre nuestros verdaderos referentes.
El poder del judo es tan grande que hace visible todo lo dicho, y cuanto más se tiene, menos se necesita… atendiendo al segundo principio del uso efectivo de la energía.
✍️ Almudena López (26/12/2025)