“Erase una vez en un pueblecito vivía una niña de cabellos ondulados y ojos rasgados, que le gustaba saltar por todos los lugares.
Saltaba y brincaba por los campos, ríos, praderas, campiñas… Saltaba porque le gustaba saltar, AMABA saltar, por saltar.
Cada salto era motivador.
A veces miraba al cielo y se sentía ave.
Otras, miraba al suelo y se sentía rana.
Sus saltos eran parte de su juego diario y de su desarrollo ALEGRE. Saltar no tenia motivos más que el de ser feliz, saltando sin más.
Pero un día se encontró un señor que le dijo:
– Niña, tienes un salto insuperable. Eso lo tienes que explotar y lucir.
La niña miró al señor calvo de bigotes grandes y le contestó:
– Me gusta saltar, salto siempre. Saltar me hace bien, abre mi corazón y alegra mi espíritu.
– Pero, eso no puede ser invisible a los demás. Dijo el señor. Saltas cerca de las estrellas, eso no lo hace nadie… debes mostrarlo a todos, el mundo debe saber lo que eres capaz de hacer.
La niña de cabellos ondulados y ojos rasgados confió, y se dejó llevar por el consejo de aquel calvo de bigotes grandes, que le prometió guiarla hacia un lugar lejano para mostrar al mundo lo que era capaz de hacer
Y así fue. Ella le siguió, sin pensarlo dos veces, pensando que podía compartir su manera particular de vida, enfocada a saltar por saltar.
A su llegada al castillo sintió SORPRESA, comprobó que había mucha gente esperando a ver sus saltos. Ella emocionada saltó con alegría. Saltó con entusiasmo. Saltó tan alto que casi llegó a tocar la luna. Y, se sintió como en un momento mágico al escuchar una enorme ovación que destacaba su ego y borraba su pasado. Las alabanzas recibidas mostraban grandes dosis de futuro, a la vez que arrinconaba el presente.
Y, sin comerlo, ni beberlo, cambio de vida. Se quedó allí, en ese lugar de excelencia, donde dejo brotar su orgullo en un espacio cerrado, donde debía saltar cuando se le exigía.
Y así fue cómo empezó a saltar con tiento y cuidado, dejo de sentir el salto, y pasó a medir sus saltos, para dejar claro que su salto era el más alto.
Pasaron los años, y de repente se dio cuenta, que de todo lo que podía haber sido en su vida, acabo siendo saltarina. Ella no sabía que quería ser, pero ahora se había convertido en algo que no quería, porque ya no se sentía libre, sino una saltarina aclamada y observada que saltaba cerca de la luna.
Y… entonces dejo de ser niña y sintió IRA, porque ya no podía sentir todas la emociones positivas que antes le brotaban al saltar. En ese momento, fue consciente de la distancia de los campos y del aislamiento del castillo. y, a pesar de contar con zonas especiales de saltos, estas eran zonas limitadas. Allí se atrapaban gran cantidad de aplausos, de aquellos señores calvos con grandes bigotes, que indicaban cuándo, y cómo, debía saltar y no saltar.
En aquel tiempo, empezó a sentir VERGÜENZA por saltar dentro de un foso cerrado, con múltiples responsabilidades y obligaciones. Sintió AVERSIÓN, pero no saber como controlar todo aquello que le había dado seguridad, éxito y reconocimiento social, pero que se exponía en blanco y negro.
Y un día, algo pasó…su corazón y sus piernas decidieron no saltar más.
Todo dejó de tener sentido. Le llegó la TRISTEZA y quiso escapar del aquella senda donde había dejado de ser ella con sus saltos, y empezó a ser la saltarina excelente que quisiera que fuese los señores calvos de bigotes grandes.
Con lagrimas en los ojos salió de esa urna de cristal llena de purpurina y brillos, y nunca más miró atrás.
A la salida, se paró en un espejo y se sorprendió al ver que seguía teniendo sus cabellos ondulados y ojos rasgados, y entonces decidió volver a sus campos, ríos, praderas, campiñas… sin ninguna pretensión más que la de volver a ser ella, y volver a sentir todo aquello que estaba dentro y no había sabido reconocer y gestionar con efectividad.
Y colorín colorado el cuento de la niña que quiso saltar y saltar hasta la luna, se ha acabado, con la moraleja aprendida de que debemos conocer nuestras emociones para saber lo que somos y siendo conscientes de ello.
A propósito… la niña dejó de ser niña, pero siguió emocionada saltando y mirando al cielo, para sentirse ave, y otras veces al suelo, para sentirse rana.
Diseño:Almudena López
FIN
Texto y diseño: Almudena López