
Si el kata es la regla, el combate es el arte, la creatividad, el momento de poner en marcha el talento.
El maestro subraya la habilidad en la aplicación del principio de la no resistencia, pero una cosa es oír y otra muy diferente es hacer. La lucha trasfigura la técnica y logra confundir el coraje con la gracia.
En la preparación, durante el tiempo anterior y posterior del enfrentamiento, el pensamiento del judoka sobrevuela libre por distintos mundos. Con la decisión de competir, comienza un “algo” interior que no deja de tomar decisiones hasta que se escucha el pitido final de la lucha.
El dialogo racional se debe hacer en el club, con el maestro, probando, exponiendo con inteligencia para crear nuevas posibilidades que logren trasformar la técnica del luchador, a la vez que el carácter.
El judogi se adapta, el cinturón asiste, y el alma sostiene. Si optas por un camino equivocado te vas. Si transitas sin desfallecer, te lleva. El combate genera una poesía maravillosa.
Los que participan en una olimpiada tienen la obligación de preocuparse por ganar. Los demás, deben pensar en otra obligación más trascendental… el deber de mejorar su vida, y la de alrededor.
No es irracional preocuparse por la búsqueda de justicia mientras se lucha, porque luchar en este deporte es entrenar la mente para jugar en la vida en mejores condiciones. Quien lucha bien, y respeta a su rival, entrena su persona. Hay dos acciones,una lucha individual y un combate entre uno y otro.
Pero… ¡ay dios! si te chocas con un entrenador que crea canallas, qué difícil es cambiar. Se reclaman buenos atletas, ahora bien, se suplica buenos maestros, porque ellos siembran, diseñan y cuidan a sus discípulos. Sin ellos esto es una ficción. La instrucción crea influencia sobre los protagonistas del futuro que serán atletas efímeros, y de continuo personas dignas.
El maestro tiene que saber lo que quiere trasmitir, necesita claridad. La profundidad la trabajará en solitario, con una exquisita curiosidad por aprender, y una maña para transformarlo en mensaje comprensible y despejado, que el alumno sea capaz de entender. Si el maestro no ve la enseñanza clara y precisa, el destino se turbia. La buena instrucción eleva las posibilidades del aprendiz que mira al maestro para ilustrarse. Con ese regalo, el alumno lucha para crecer.
En la lucha se trata de percibir con agudeza la buena solución de cada problema, y el ganador es el que tiene la virtud de ponerla en práctica. Se parte con la capacidad y el talento propio, urdiendo, si es posible, en la técnica perfecta y conquistada.
En el combate el judoka se mueve sin peso, subraya la encantadora levedad del guerrero, deslumbra, regala. Se lucha, antes y después, solos y en compañía, siempre volando, quizá tarareando una canción y… eternamente con un placer interno, prosperando para recrearse y crear un mundo mejor.
TEXTO: Almudena López

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